FÉLIX ALBO
QUIMBAMBAS
LUNA - Félix Albo
¿Y por qué miras tanto a la luna? -le preguntó en la noche.
Hubo un silencio largo. Una respiración profunda. Una mirada respetuosa al horizonte y, sin volver la cabeza arrancó a hablar.
La
luna lleva toda la vida ahí, suspendida, flotando, entregándose cada
noche a quien la quiera mirar. Y la miran, pensamos que son pocas las
personas que la miran, pero la mira mucha gente. Personas enamoradas,
desesperadas, felices, solas, amargadas y amargas, envidiosas, nobles,
poetas, gente de música, de arte, de palabra, bohemias y contables,
huérfanos y recién estrenadas madres, abuelos, viejos, niños,
adolescentes... La luna está ahí, expuesta a quien la quiera mirar. Y
lleva ahí todos los tiempos, desde que el humano no estaba ni pensado;
antes de que el viento fuera viento y la mar guardara su sal y sus
misterios.
Por
eso la miro, porque es calma en mi desasosiego, compañía en mi soledad,
pausa en mis noches de farra. Guarda como nadie mis lágrimas, mis
secretos, y entiende mis efervescencias, me susurra palabras de dicha al
oído. La miro y está triste, repleta, nostálgica, extrañada, absorta,
indignada... La miro y a veces sin preguntarle nada, me contesta. La
miro incluso en las noches que no está.
Guarda
las palabras que a lo largo de los siglos le han ido diciendo,
pensando, dedicando, compartiendo en todas las lenguas, personas de
todas las épocas, de toda condición raza, cultura, creencia... Está
llena de todo eso. Es la nave nodriza de las emociones de toda la
historia de la humanidad. La luz en la noche, una quitamiedos, una
esperanza redonda de que todo lo oscuro pasará.
Ella es mi ama, quien amamanta mis sueños, mis deseos, mis anhelos.
Es
una y todas, única y la misma, tuya, mía, nuestra, de todas y cada una
de las personas que la miran, se detienen cada noche y la miran. También
de quien lo lo hace.
Y hoy, está llena, mira.
Y
sí, quien había preguntado ya la miraba. Ya hacía rato que la miraba
como también hacía rato que no escuchaba la voz que le hablaba pues la
luna ya le andaba embelesando con una de sus dulces nanas.
Se le notaba porque sonreía como solo lo haces cuando la luna te mira.
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